Saúl Ibargoyen Montevideo, Uruguay – 1930 >>Ese otro perro *
¿Quién es ese otro perro que ladra en un dialecto que nadie conoce? ¿Por qué debe echar en los aires chirriantes de cualquier ciudad grito a grito los coágulos de la última voz de la última tribu? ¿Para qué están de pronto detenidos los que escuchan? ¿Hacia dónde viajan o huyen los que dicen que pueden comprender? ¿Para qué hay hombres que levantan látigos y cuchillos y abren oscuras campanas? ¿Para qué quiere este animal vaciarse así de su canción desperrada? ¿Cuál es la fuerza que alienta en sus babas sonoras en sus tripas besadas por la sed? ¿Qué otros perros perdidos se extinguen en el silencio que gime debajo de su piel?
Yuichi Mashimo Takasaki, Gumma, Japón
*
¡Cómo te distingo falso retoño brotado de la corriente secreta del río secundario de un hermano solar tan parecido!
Otro río buscamos. Líquida lengua, límpida longitud. No esa curva debajo de la lámina aderezada de matices y movimientos.
Me acompañas con tu desengaño. Son tus frutos algunos aciertos que parecen hasta sobrenaturales.
Otro sino buscamos, para el que todos los minutos son maduros, todos los destinos son nuevos.
Federico García Lorca Granada, España – 1898 – 1936 – asesinado por la dictadura franquista >>Lluvia * La lluvia tiene un vago secreto de ternura, algo de soñolencia resignada y amable, una música humilde se despierta con ella que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra, el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío de cielo y tierra viejos con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores y nos unge de espíritu santo de los mares. La que derrama vida sobre las sementeras y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible con la inquietud cercana del color de la carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo, nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, pero nuestro optimismo se convierte en tristeza al contemplar las gotas muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos, lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, lluvia buena y pacifica que eres la verdadera, la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas almas de fuentes claras y humildes manantiales! Cuando sobre los campos desciendes lentamente las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
El canto primitivo que dices al silencio y la historia sonora que cuentas al ramaje los comenta llorando mi corazón desierto en un negro y profundo pentagrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, tristeza resignada de cosa irrealizable, tengo en el horizonte un lucero encendido y el corazón me impide que corra a contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman y eres sobre el piano dulzura emocionante; das al alma las mismas nieblas y resonancias que pones en el alma dormida del paisaje!
Eliseo Diego Cuba – 1920 – 1994 >>Oda a la joven luz *
En mi país la luz es mucho más que el tiempo, se demora con extraña delicia en los contornos militares de todo, en las reliquias escuetas del diluvio.
La luz en mi país resiste a la memoria como el oro al sudor de la codicia, perdura entre sí misma, nos ignora desde su ajeno ser, su transparencia.
Quien corteje a la luz con cintas y tambores inclinándose aquí y allá según astucia de una sensualidad arcaica, incalculable, pierde su tiempo, arguye con las olas mientras la luz, ensimismada, duerme.
Pues no mira la luz en mi país las modesta victorias del sentido ni los finos desastres de la suerte, sino que se entretiene con hojas, pajarillos, caracoles, relumbres, hondos verdes.
Y es que ciega la luz en mi país deslumbra su propio corazón inviolable sin saber de ganancias ni de pérdidas. Pura como la sal, intacta, erguida la casta, demente luz deshoja el tiempo.
Pablo Neruda Chile – 1904 – 1973 >>Al golpe de la ola *
Al golpe de la ola contra la piedra indócil La claridad estalla y establece su rosa Y el círculo del mar se reduce a un racimo, A una sola gota de sal azul que cae.
Oh radiante magnolia desatada en la espuma, Magnética viajera cuya muerte florece Y eternamente vuelve a ser y a no ser nada: Sal rota, deslumbrante movimiento marino.
Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio, Mientras destruye el mar sus constantes estatuas Y derrumba sus torres de arrebato y blancura, Porque en la trama de estos tejidos invisibles Del agua desbocada, de la incesante arena, Sostenemos la única y acosada ternura.
|